La vida de José de Espronceda (Almendralejo, 1808-Madrid, 1842) está envuelta en un denso halo legendario que el mismo autor y su círculo de amigos se esforzaron en perfilar. Nacido en el seno de una familia acomodada, se educó en el madrileño colegio de San Mateo bajo el magisterio de Alberto Lista. Con quince años fundó Los Numantinos, una sociedad secreta de ambiciones revolucionarias que no tardaría en disolverse tras la traición de uno de sus miembros. En los años siguientes, se exiliaría a Lisboa, Londres y París, donde, según un rumor nunca confirmado, participó en las barricadas de julio de 1830. Tres meses más tarde asistió a la tentativa de invasión liberal a través de los Pirineos del pequeño ejército capitaneado por Txapalangarra. Cuando en 1833 volvió a Madrid, lo hizo bajo la sombra del escándalo: lo acompañaba Teresa Mancha, quien dejó a sus dos hijos y a su marido en Londres para vivir con él. Teresa tuvo una hija con Espronceda, Blanca, acabó abandonándolo y murió poco después, pero aquella época fue la más dulce para el autor: por aquel entonces compuso sus célebres Canciones, El estudiante de Salamanca o El Diablo Mundo, y se prodigó en la creación dramática, la actividad periodística y la acción política y parlamentaria. Su muerte prematura en 1842, cuando contaba tan solo treinta y cuatro años, no hizo más que alentar la leyenda forjada en torno a su vida y obra, y apuntalar su figura como la del poeta romántico español por excelencia.